La guardería de los horrores: mirar y callar

Esta semana, nuestro país se ha estremecido con una noticia que duele más de lo habitual: cuatro trabajadoras de una guardería han sido detenidas por presuntos maltratos físicos y psicológicos a niños de entre 0 y 3 años. Las denuncias de los padres comenzaron a aparecer tras la publicación de un video de una chica de prácticas en el que se ve a una educadora pegando y gritándole a una niña. Estas imágenes han sido descritas como “desgarradoras” y todos nos preguntamos cómo algo así ha podido pasar sin que nadie impida esto, pues esto pasaba desde hacía tiempo. Pero más allá del horror provocado, este caso nos hace preguntarnos varias cosas: ¿qué ocurre cuando se rompe la confianza en quienes deberían cuidar de lo más frágil? ¿Qué responsabilidad tenemos todos cuando miramos hacia otro lado?

La infancia es una etapa sagrada en la que, más que nunca, todos deberíamos sentirnos seguros. Pues somos más vulnerables que el resto. Cuando los padres dejan a un niño en una guardería, no solo dejan a su hijo para ir a trabajar, sino también su confianza en esos profesionales y en la propia guardería. Esa institución representa el compromiso de una sociedad con la protección, el cuidado y el desarrollo de unas personas vulnerables. El caso de la guardería de Torrejón no es solo un crimen individual; es una fractura en la estructura invisible que sostiene la convivencia. La confianza es uno de los pilares que construye la sociedad en la que vivimos. Cuando esta se rompe en instituciones como la guardería o los colegios, no solo se violan los derechos de los niños y niñas, sino que también se cuestiona la eficacia y moralidad del sistema educativo y social. Los familiares de los niños y niñas confían no solo en la seguridad física de sus hijos, sino también en su bienestar emocional y psicológico. Porque sí, los niños pequeños también tienen emociones y esta etapa es fundamental para su crianza. Este tipo de casos demuestra que las guarderías y los colegios deben estar por encima de toda duda y que la responsabilidad no recae solo en los profesionales, sino en el sistema que debe garantizar su seguridad.

Quiero pararme a hablar sobre aquellas trabajadoras que no eran agresoras directas, pero sabían en todo momento qué estaba haciendo su compañera y aun así decidieron mirar hacia otro lado. Esta pasividad de las demás cuidadoras es, probablemente, lo más impactante del caso. En los casos de violencia, la culpa no cae solo en la persona que provoca dicha violencia. También cae en aquellas personas que ven todo pero no hacen nada. Personas que son igual de monstruos que la persona que ejerce la violencia de manera directa. Lo que llevo días preguntándome es qué hubiera pasado si esa chica que estaba en prácticas, y que fue lo que grabó todo, no hubiera estado en esa guardería. Si esa chica hubiese ido a otra guardería y nadie hubiese hecho prácticas ahí, esto seguiría. El infierno de esos niños tan pequeños seguiría. Porque hasta ahora nadie había hecho nada. Probablemente, es lo que más me duele y lo que más me hace replantearme en la sociedad en la que vivimos. Una sociedad llena de ignorantes, una sociedad en la que preferimos mirar hacia otro lado antes que actuar aunque lo que esté pasando no esté bien.

No podemos permitir que este caso caiga en el olvido y quede como un titular más. Debe ser un espejo incómodo donde miremos quiénes somos, qué estamos dispuestos a tolerar y qué sociedad pretendemos crear. La confianza se gana y se cuida. Y cuando se traiciona, no basta con castigar: hay que aprender y pararnos a pensar. Como sociedad y como individuos. Porque el mal no siempre se grita, a veces susurra y solo lo oye quien se atreve a escuchar.

 

Comentarios

  1. Andrea, esta noticia nos ha conmovido a todos. Es imposible no sentir dolor después de ver algo así. Lo que les hicieron a esos niños —bebés, en realidad, de como mucho tres años— es algo terrible. Pero igual de doloroso es saber que las compañeras de la mujer que agredía a los niños lo veían todo… y no hicieron nada. El silencio que guardaron es casi tan cruel como los gritos y agresiones que esos pequeños sufrieron.

    Lo que más me duele —y sé que a ti también— es pensar que esto podría haber seguido ocurriendo si esa chica de prácticas no hubiese estado allí. O peor aún, si hubiese elegido callar, como las demás. Da miedo pensar que hay personas que prefieren mirar hacia otro lado solo para no incomodarse o evitar problemas.

    Creo que esto va más allá de castigar a quienes actuaron mal. Tenemos que mirarnos como sociedad y preguntarnos qué estamos haciendo mal. Qué estamos permitiendo. Porque mirar hacia otro lado también deja heridas, y no podemos permitir que algo así se siga normalizando.

    Ojalá esto no se olvide. Ojalá nos incomode lo suficiente como para despertar. Y que sea el inicio de un cambio real. Porque estos niños merecen mucho más que nuestro silencio: merecen una sociedad que los proteja de verdad

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