El refugio que pocas personas ven

Con el tiempo me he dado cuenta de que no todo el mundo que está cerca es amigo. Que amistad no es hablar todos los días ni salir de fiesta juntos cada fin de semana. La amistad de verdad es otra cosa. Es esa que aguanta el tiempo, la distancia, los cambios. La que se adapta a las etapas nuevas, a los baches y a los silencios. Y cuanto te paras a pensarlo, no hay tantas personas que encajen ahí.

Yo, por ejemplo, puedo contar con los dedos de una mano a mis amigas de verdad. De esas que sabes que puedes llamar a cualquier hora del día porque necesitas hablar. De esas que te escuchan sin juzgarte y te dicen la verdad aunque duela. Las que se alegran de tus logros y los celebras con ellas pero también se quedan cuando todo va mal.

Vivimos rodeados de gente, pero a veces nos sentimos más solos que nunca. Y eso es porque no todo el mundo nos ve de verdad. Muchas personas te sonríen, te siguen en redes o te mandan mensajes bonitos… pero no todas te sostienen cuando todo se cae. Por eso, cuando encuentras a alguien que está contigo de forma auténtica, sin pedir nada a cambio, tienen un tesoro.

Tener pocas amigas de verdad no es poco. Es muchísimo. Es tener un refugio, un espacio donde puedes ser tú misma sin miedo a parecer demasiado intensa, demasiado sensible o demasiado lo que sea. Amigas que te han visto reír, llorar, dudar, explotar, y aún así siguen ahí, sin hacer ruido, pero estando. Amigas que no son solo “tu grupo”, sino tu lugar seguro y tu señal de luz cuando estás en la más profunda oscuridad.

Ojalá aprendiéramos a valorar más esas amistades sinceras, las que no gritan, pero se sienten. Porque cuando todo se desordena, lo único que calma es saber que no estás sola. Que cuando te has caído, ellas te van a dar la mano para ayudarte a levantar. Y eso no lo da muchas personas. Lo dan ellas: las pocas, pero las verdaderas.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La guardería de los horrores: mirar y callar

Lo que nos duele

El nuevo desprecio a la democracia