"El pianista": Recordar para no repetir

 Hace unos días vi El pianista por primera vez. Llevaba tiempo queriendo ver esta película pero nunca llegaba el momento. Al estar hablando sobre ella en clases de filosofía, decidí que este era el momento ideal para verla. Sabía que lo que iba a ver iba a ser una película dura, ambientada en la Segunda Guerra Mundial. Siempre me ha interesado todo lo que tenga que ver con este periodo de la historia, pero debo reconocer que nunca estoy al 100% preparada para la intensidad con la que me remueven estas cosas por dentro. Ver una historia así en una pantalla, tan cruda y real, es muy diferente a leerla en un libro de historia. Porque no solo ves lo que pasó, sino que lo siente, vives la historia a través del protagonista. Y eso duele, enfurece y te hace pensar sobre muchas cosas.

La historia de Wladyslaw Szpilman, un pianista judío en Varsovia en el año 1939, es el reflejo del sufrimiento de millones de personas. La forma en que la película muestra el proceso de acabar con la población judía es casi insoportable. Poco a poco, los van apartado, humillando, encerrando, matando… La película no muestra escenas de grandes batallas o el cómo eran las vidas en las trincheras, no. Las escenas son escenas duras que se consiguen con gestos “pequeños”: desde ver cómo un soldado tira a un hombre en silla de ruedas desde un balcón sin motivo, cómo obligan a una familia a arrodillarse en la calle antes de matarlos, atacando edificios de judíos… Es la banalidad del mal (término del que me gustaría hablar en otra entrada para centrarme más en él) la que más impresiona. La violencia absurda, sin razón y sistemática.

Y al mismo tiempo, en medio de ese infierno, hay algo que no esperaba: un rayo de humanidad. En el tramo final de la película, cuando Szpilman está al borde la muerte, un oficial alemán le salva la vida. Le da comida, le abriga, le escucha tocar el piano… No es un héroe, ni mucho menos perfecto, pero en ese instante representa algo profundamente humano. Me impactó porque esto me recordó que, incluso en el bando que representó tanto odio y horror, había personas atrapadas, obligadas a obedecer órdenes con las que quizás no estaban de acuerdo. No justifico nada, pero sí reconozco que no todo es tan simple como buenos y malos. A veces, en medio del caos, hay gente que elige no mirar a otro lado.

Esa parte final me hizo pensar mucho en lo fácil que es deshumanizar a un individuo. Pero la realidad es más compleja. Este oficial nazi no tenía por qué ayudar al pianista, y sin embargo lo hizo. Porque aún en medio de tanta oscuridad, hay quienes conservan un mínimo de compasión. Y eso, aunque pequeño, también merece ser contado.

El pianista no es solo una película sobre la guerra. Es una llamada a la memoria. Una advertencia sobre hasta dónde fue capaz de llegar el odio. Y también, aunque muy tenue, es un canto a la resistencia de la humanidad, a la música como refugio y a los gestos que salvan vidas.

Un día después de ver la película, sigo teniendo ratos en silencio. Pensado pero, sobre todo, agradeciendo. Me pregunto si yo sería capaz de hacer lo correcto en un mundo que se derrumba en un abrir y cerrar los ojos. Ojalá nunca tengamos que responder a esa pregunta. Pero por si acaso, es importante seguir viendo películas como estas. Para no olvidar. Para no repetir. Porque cuando se nos olvida el pasado, estamos condenados a repetir la historia.

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