No todo vale por un espectáculo
Anoche fue una de las noches más esperadas del año. Estaba deseando que llegara este 17 de mayo tan esperado. Era la gran noche de Eurovisión. Desde pequeña, recuerdo ver este festival de la música junto a mi familia y cada año que pasaba, más interés tenía en él. Anoche vi Eurovisión con una mezcla de ilusión y rabia. Ilusión porque tenía ganas de ver el resultado final de meses de trabajo por parte de todas las delegaciones que trabajan en esto, ilusión porque me gusta la música, el espectáculo, escuchar todos los mensajes que se reivindican en ese gran escenario y porque me gusta la sensación de estar compartiendo algo con miles de personas. Rabia porque, una vez más, se volvió a demostrar que este concurso que tanto presume de fuerza, unión, diversidad, inclusión y valores está lleno de contradicciones. Y rabia porque se sigue permitiendo la participación de un país genocida (ojo, fuera de Europa). Un país que lleva arrastrando miles de muertes, la mayoría niños. Un país como Israel. Todo esto mientras se sigue manteniendo la afirmación de parte de la organización que “Eurovisión no es un evento político”.
¿De verdad no lo es? ¿De verdad alguien se cree que esto
solo va de canciones? ¿Por qué se expulsó a Rusia en menos de una semana cuando
invadió Ucrania y no se está haciendo lo mismo con Israel casi dos años después
de continuos bombardeos sobre Gaza? ¿Por qué se sigue hablando de paz, de
diversidad, de respeto pero luego prohíben cualquier tipo de banderas que no
sean las de los países participantes, amenazan a la televisión pública española
por haber dado datos sobre una realidad que sufren miles de personas cada día
en territorio palestino y, sobre todo, permiten a un país involucrado en un
conflicto tan brutal que suba al escenario como si no pasara nada?
A mí no me representa este silencio. No me representa que se
nos pida de mirar hacia otro lado, que escuchemos una canción mientras al mismo
tiempo caen bombas que provocan cientos de muertes y pérdida de hogares, hospitales,
escuelas… Me parece hipócrita, cobarde e injusto. Porque lo que hay que hacer
es decidir qué se tolera y qué no. Y para eso no hace falta política, solo
humanidad.
Me dolió y me sigue doliendo ver cómo se silencian y
censuran pancartas, banderas, protestas, discursos, peticiones… todo se censura
con un par de amenazas. Me duele que un concurso como Eurovisión, creado para
unir a los países europeos tras la segunda guerra mundial de manera neutra
disfrutando de la música, sea testigo de gente que sólo mira sus bolsillos.
Aunque eso signifique mirar hacia otro lado.
Me encantaría seguir creyendo en el poder de Eurovisión como
evento donde todos los países nos unamos para disfrutar de la música. Pero hasta
que no haya cambios drásticos, Eurovisión no va a ser lo mismo que la Andrea de
hace unos años conoce. Ser valiente no es solo llenar el escenario de luces,
colores y creando la mejor puesta en escena. Ser valiente es plantar cara y
tomar decisiones serias, como una retirada bajo la amenaza de no volver al certamen
si las cosas no cambian. Eso es la valentía. Es tener principios y defenderlos,
aunque cueste.
Porque si Eurovisión es amor, paz y diversidad, entonces no
puede ser indiferente al dolor. No puede ser selectivo con la empatía. No puede
seguir escondiéndose bajo una capa de “neutralidad” cuando ya se ha demostrado
que esa capa no existe desde hace tiempo. Debemos volver a ese Eurovisión que
cree, que comparte, que ayuda, que protege. Para ello, debemos eliminar a un
Eurovisión que mira hacia otro lado, se calla y sigue como si nada pasara.
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