¿Y si tenerlo claro también pesa?

Desde pequeños vivimos rodeados de una especie de obsesión por decidir nuestro futuro pronto. Nos hacen preguntas cuando somos pequeños como qué queremos ser, a dónde queremos llegar, qué camino tomar… A nuestra edad, a los 16/17 años se espera que sepamos cosas que, en realidad, ni los adultos tienen del todo claras. Y eso genera una presión tremenda: la de sentirse perdido cuando no tienes ni idea, o la de no poder equivocarte cuando, desde pequeña, has dicho que lo tenías todo claro.

En mi caso, siempre supe lo que quería hacer. Desde niña me imaginé dando clase a unos niños y niñas y, años más tarde, me decidí por estudiar filología hispánica para poder llegar a ser profesora en un centro educativo de secundaria. Aunque a veces haya cambiado de idea algunas veces, siempre vuelvo a esta idea de enseñar y poder ser profesora. En parte creo que es algo bonito, porque te da una especie de dirección para tomar y de motivación. Pero también tiene su cara B: cuando tú ya “tienes claro tu futuro”, la gente da por hecho que no puedes cuestionártelo, no puedes pararte a pensar y cambiar de opinión o, simplemente, a sentir miedo. Como si tener un plan te quitara el derecho a sentirte insegura. Y no. Tenerlo claro no te hace menos humana.

También he visto lo contrario: amigas que sienten que deberían tener un futuro ya dibujado y no lo tienen y, por ello, sienten una presión. Y esto es algo que me da mucha rabia. Me da rabia que tengamos que vivir con este agobio. Porque tener dudas es completamente normal. De hecho, no tenerlas es lo más común hoy en día. Nos meten tanta prisa por encajar en un mundo en el que parece que cada día que pasa sin una respuesta nos aleja del futuro que se espera de nosotros. Y eso no es justo.

Por eso, creo que estaría bien que nos dijeran más veces que está bien no saber. Que cambiar de idea es igual de válido que lo demás. Que puedes haber querido algo toda tu vida y, aun así, permitirte reformularlo sin sentir que decepcionas a alguien. Y a aquellas personas que sabemos lo que queremos hacer y ya tienen una expectativa puesta en nosotros, se nos apoye a la hora de replantear algo y no cuestionarnos. Decirnos que podemos dudar, cansarnos o incluso replanteárnoslo todo.

Tenerlo todo claro no te salva de la presión, solo te da una distinta. Y no tenerlo claro no te condena. Al final, cada una va encontrando su sitio como puede, a su ritmo. Lo importante, creo yo, es no tener miedo a escucharse. A cambiar si hace falta. Y a recordar que con 16 o 17 años, lo normal sería plantearse varias cosas sobre nuestro futuro y no tenerlo todo claro. Porque solo estamos en el principio de nuestras vidas.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La guardería de los horrores: mirar y callar

Lo que nos duele

El nuevo desprecio a la democracia